El primer nombre que escuchó fue el de su padre. Entonces supo que la maldición había pasado a él. Todas las noches la parca se colaría en su cuarto y le susurraría al oído mientras dormía el nombre de los que iban a morir. Al amanecer tendría que fabricar sus ataúdes. Así serían todos sus días y todas sus noches futuras. Así hasta que alguna vez se despertara y fuera su hijo quien estuviera a su lado, tomándole las medidas.
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